Y ocurre que a días, abro mis ojos en mitad de la noche mientras el único ruido que aprecio es el silencio y al extender la mano descubro que sigues aquí.
Hay días en que no puedo evitar sentirme vulnerable cuando pienso que en algún instante podría despertar y sólo sentir un vacío en tu lado de la cama.
Hay noches cursis, madrugadas rosas, desvelos que huelen a algodón de azúcar y que ya no me empalagan.
Recuerdo cada uno de los segundos a tu lado, me emocionan nuestras risas, nuestras ganas, nuestros impulsos y nuestros fallos.
Pero sobretodo me eriza la piel esa manera tuya de quererme, aún cuando quieres intentar no hacerlo.
El empeño que le pones para que salga bien aún cuando podría ser más fácil dejar que no saliera.
Como, a regañadientes, le frunces el ceño al ego si te insta a alejarte.
Hay días en que sus noches se llenan de te quieros susurrados al aire evitando despertarte.
Llegaste a mi vida desordenándola. No quería que entrases, que rompieras mi calma, que me desbordases pero es imposible salirle al paso a un huracán y que no sacuda tus entrañas.
Le temía a la embestida. A la fuerza. Al vuelo.
Y ahora a lo que le temo es a dejar de volar.
Sucede que a veces, al pasar de los días, uno se olvida de todo aquello que le hizo soñar, se olvida de decir, se olvida de alabar, se olvida de cuidar y entonces cuando en lugar de piel encuantra una almohada se pregunta que hicieron mal.
Por eso elijo cuidarte cada día, los de empacho con extra de merengue y los amargos con aroma a café.
Por eso escribo, para que pueda leerlo si alguna vez lo olvido.
Porque cuando elegí abrir la puerta lo hice de par en par, arriesgándome a que arrancaras mi casa de sus cimientos, a que saltasen por los aires cada una de sus alarmas, a que me arrebataras techos, muebles, enseres y hasta el alma.
Elegí reir. Elegí tu abrazo. Elegí volar a sacudidas. Y elegí permanecer a tu lado hasta el día en que decidieras soltarme. Frágil, desnuda, vacía, perdida.
Elegí no tener miedo a reconstruirme si fuera necesario. Y elegí vivir. Elegí arriesgar. Elegí elegirte porque eres mucho de todo eso que me hace feliz.
Elegí seguir alimentando mi insomnio con el sonido de tu respiración al dormir, y poder acurrucarme a tu lado cuando mis ojos deciden cerrarse de nuevo.
Elegí apostar, y ponerme en tu lugar aún cuando no te entiendo, y darme cabezazos cuando me desesperas y regalarte una caricia cuando te veo triste o que lloremos juntos hasta que todo pase.
Elijo dominar mi impulsividad con paciencia y callar cuando no va a ser mejor lo que voy a decir.
Elijo una vida a tu lado, sabiendo que el rosa no es el único color de la paleta.
Cambiar la ensalada por pizza y nachos varias veces por semana.
Freír patatas aunque el aceite me obligue a limpiarlo todo después.
Y que consigas que acabe haciendo yo la cena sin darme cuenta, cuando tú fuiste quien pregunto que quería comer.
Elijo tus imperfecciones porque tú consigues que deje de ver las mías.
Elijo amar, y amar bien, porque de eso se trata.
Y que al llegar la noche sigas calentándome los pies.
Y si elegí mal, entonces, que me llamen loca a mi también, mucho mejor.
Vanesa Isern