Odio esos días en que vuelve el miedo, pero aún odio más cuando dejo que él se instaure dentro de mi y no le permito salir por una temporada, porque entonces me odio a mi misma por consentirlo, por fallarme, por no tener el valor de coger las riendas.
Es cuando me siento a tratar de recordar como eran esos momentos en que lo único que podía sentir era felicidad y recuerdo que siempre se acompañaban de un profundo amor propio, de lucha, y principalmente coraje.
De saber que querer hacer e intentarlo hasta lograrlo o de aceptar que era un reto para otros en el que la mejor opción era no perder el tiempo desgastándose.
Desafortunadamente o por fortuna, nunca sé exactamente si una u otra, este paseo llamado vida se resiste a ser apacible y lineal.
La curva de nuestros labios se balancea de arriba a abajo en consonancia con nuestras decisiones.
A veces, siento que no tengo fuerzas, que no tengo ganas, que la tristeza regresa y entonces sólo puedo hacer eso, intentar recordar que hice aquellas otras veces en las que vencí.
Odio hacerlo mal pero sobretodo odio hacerme mal. Y todavía odio más continuar cuando ya he tomado conciencia.
Sé que esas temporadas pasan, sé que nada es eterno, sé que la sonrisa regresa, sé que la paz existe, sé que siempre se puede volver a confiar cuando uno ya lo hizo en alguna ocasión, sé que la vida se convierte en maravillosa simplemente tomando la decisión de que lo sea, sé que todo llega, sé que todo pasa, sé que es mucho más sencillo y sin embargo, por momentos no sé como hacer que todas esas cosas sean de nuevo.
Cojo el lienzo, esbozo la idea en mi cabeza, imagino los colores y no logro ver el final del dibujo porque ni tan siquiera acierto a agarrar el pincel.
Echo de menos poder gritar hasta que todo ese miedo salga de dentro.
Echo de menos sentirme poderosa.
Echo de menos creerme capaz.
Y entonces lloro, confiando en esa promesa de que las lágrimas limpian, sanan, aclaran, con la esperanza de poder volver a ver.
Odio la angustia, la vergüenza, el hastío. Odio desperdiciarme. Odio la parálisis. Odio la pérdida. Odio esos días en los que odio.
Odio que lo mejor que sepa hacer durante ese tiempo sea escribir y que ni siquiera eso me salga bien.
Prefiero hablar de amor, aunque me sea imposible.
Y me pregunto como es eso de tener todo y no apreciarlo, porqué no podré construir algo excelente con todo lo mejor.
Porque uno en ocasiones destroza.
Porque restamos pudiendo sumar.
Porque soy tan difícil.
Y tan rebelde.
Porqué me maleduco.
Porqué no le doy importancia a lo esencial.
Porqué no aprovecho los segundos.
Y llega, afortunadamente me detengo justo antes de ahogarme con mi propio lamento.
Paso a la acción, y abrazo ese instante en que la comisura de mi boca voltea hacía arriba columpiando una sonrisa.
Nadie dijo nada acerca de lo fácil. Y si lo hubiera sido, seguramente no valdría la pena.
Vanesa Isern